Hoy escribo de esta novela porque me pareció extraordinaria
y porque me la recomendó mi tía Pili. Valga esta pequeña reseña como homenaje a
una gran mujer, lectora apasionada y fumadora de pitillos mentolados en sus
ratos libres.
Comenzaré por decir que, a pesar de ser un tocho, es una
obra inacabada. Pensada inicialmente en 5 volúmenes, la autora sólo pudo completar
las dos primeras partes de su faraónico proyecto sobre la Francia ocupada por
los nazis. Explicar por qué es destripar el cuento y meterse de lleno en la
historia real, esa que siempre supera la ficción, pero en algún momento habrá
que contar que Irène, francesa de origen ucraniano, fue delatada en plena
redacción de la novela por su origen judío y enviada un campo de concentración.
Cuesta creer que una fugitiva concibiese semejante pasatiempo entre escondite y
escondite, pero seguramente las terribles circunstancias hicieron de esta novela lo que es, un relato
alucinante sobre los días previos a la toma de París, negro como él solo, y
que pone a las gentes de bien de La
France, esos que la entregaron, a caer de un burro. No es para menos.
Salamandra, 2007 |
Solo las hijas de
Irène se salvaron. Su marido, antes de emprender a su vez el camino a Auswitz,
le confió a una de las niñas una maleta con pertenencias de la madre, que la niña
guardó obediente junto con las esperanzas de que su propietaria volviera.
En los años 80, cuando la esperanza ya no tenía sentido, la maleta se abrió y ahí estaba el viejo cuaderno de
mamá, atestado de garabatos microscópicos. ¿Quién se iba a imaginar que iba a salir de ahí el acontecimiento editorial de la década?
Irène Némirovsky, escritora de éxito modesto antes de la guerra, sorprendió a todos con novelón apasionante y recibió a título póstumo el
prestigioso premio Renaudot. Sus hijas siguen sin entender por
qué pudiendo haberse salvado prefirió seguir escribiendo a escondidas, cerca de
sus verdugos.