25 de septiembre de 2011

Enanos y sabrosos

Están ahí, en las entradas de las librerías. Son pequeños, son hermosos, como píldoras de felicidad. Cuestan entre 8 y 15 euros y dicen “CÓMEME, serás más sabio, más guay, y no te va a doler porque sólo tengo 40 páginas”. 

Porque sí, porque el tamaño importa. Yo, que siempre he defendido que la dimensión de un libro es algo tan importante como todo lo demás, quería reparar en el fenómeno baby-book, esos libritos en formato pequeño tirando a diminuto que se arremolinan en torno a las cajas de las librerías como si el mostrador fuese una guardería. Se trata por lo general de relatos o novelas menores de autores consagrados (casi todos la diñaron hace ya un tiempo), pero también hay poesía, ensayo, y algún autor actual. Nótese que no son ediciones de bolsillo (ya he dicho que eran libros bonitos), sino ediciones normales "enanizadas". No son pocas las editoriales que abandonan puntualmente su formato habitual para publicar uno de estos minilibros, aunque algunas de ellas han hecho del formato reducido su marca y su bandera, como Minúscula o Periférica, para publicar estupendas novelas. Mi duda está en si estas pequeñas dosis de literatura, por buena y nutritiva que sea, son capaces de satisfacer al lector hambriento y que no anda sobrado de euros. ¿Suelta de buena gana el mileurista de a pie sus 15 machacantes para adquirir uno de estos bellos y sabrosos aperitivos? 


12 de septiembre de 2011

Lecturas veraniegas II

El verano es una estación estupenda para leer, pero también para no hacerlo. Mis vacaciones este año no han brillado por sus lecturas, cierto, pero no por ello hay que dejar de comprar libros ni de celebrar que hay gente dispuesta a pegar el culo a una silla durante largas horas para escribir cosas estupendas. Por eso, tiraré de archivo para hablar de Helena o el mar de verano (Acantilado), novela que habla del ídem como habrán notado los más perspicaces. Pero no de los 30 grados a la sombra ni de los paquetes turísticos ni de las huelgas de controladores, no. Se trata del verano suave e interminable de la infancia, en el que tantas cosas ocurren por primera vez y en el que todo deja una huella imborrable. El verano con chaquetita del norte y de las comilonas en la playa, de las terribles revelaciones y del primer amor. El verano que MOLA.


Julián Ayesta pasó esos veranos decisivos previos a la guerra civil en Asturias, en  el seno de una familia acomodada y bienpensante, y todo ese caldillo, incluida la represión moral y religiosa, está presente así como sin querer en este relato íntimo y brillante que data de 1952, y que reproduce de forma luminosa esa compleja trama de sensaciones e imágenes de la infancia, con momentos de felicidad fulgurante y de tristeza absoluta, pura intensidad con sabor a mar y olor a sidra. Así que corran a leerlo aquellos que hayan sido niños alguna vez y hayan oído al sol roncar sobre los manzanos.

3 de septiembre de 2011

Trenes rigurosamente vigilados

Rápidamente me di cuenta de que nada en este verano iba salir según lo previsto, así que alteré todos los planes y en lugar de Proust opté por la pila de números atrasados del ¡Hola!. Y en esas andaba hasta que, vía Maite, llegó a mis manos una pequeña alegría llamada Trenes rigurosamente vigilados. Novelita poeticómica y con tintes surrealistas a la centroeuropea en la que el joven Milos, controlador de trenes en la Chequia ocupada por los nazis, nos cuenta sus esfuerzos por convertirse en un hombre de verdad.



 Además de trenes, también encontraremos en esta novela héroes, nieve, palomas, dolor y mujeres de nombres sugerentes y cálidos como la telegrafista Zdenka, que en una noche de poco trabajo se dejó estampar los sellos de la estación en el culo con gran revuelo de las autoridades.  En otro orden de cosas, ¿he dicho ya que la novela era corta? Es una cualidad que encuentro francamente estupenda tanto en libros como en películas, y más en verano. En el primer caso, permite transportar el libro cómodamente y leerlo en cualquier postura, y en el segundo, permite no morir congelado en un cine... lo cual me recuerda que la primera vez que oí hablar de Trenes rigurosamente vigilados fue por la película, que un amigo me puso por las nubes. La cinta, también checa y rodada en un nostálgico blanco y negro, ganó un Oscar a la mejor película extranjera en el año 1968. Y me quedo yo pensando en cuántas pelis conocidas (o  menos conocidas pero que han tenido sus minutillos de gloria) se han basado en estupendas novelas que están  perfectamente  olvidadas y desaparecidas de las librerías...